En el día a día, nada es banal, nada es rutina
 
 
Artículo de Montserrat Fabrés. Maestra y asesora pedagógica
  Publicado en la revista Infancia número 100. Noviembre-diciembre 2006. AM Rosa Sensat. Barcelona
   
 

Uno de los principales objetivos en la educación de los niños es favorecer, facilitar la progresiva adquisición de su autonomía, que llegue a ser autónomo como persona, que pueda ser, hacer y decidir por sí mismo, procurando conceder mucha atención a que su desarrollo emocional sea equilibrado, estable y seguro.

La escuela infantil debe promover en los niños el desarrollo de la capacidad de relacionarse, su capacidad de convivir: escuchar, comprender, tolerar, interactuar, cooperar y compartir con los adultos y con el otro niño, estableciendo la base de unas relaciones afectivas sólidas y seguras con los adultos y con los otros niños.

Si partimos del objetivo que el niño debe llegar a ser autónomo, es necesario que empecemos por respetar su actividad autónoma, su libertad de movimientos, su proceso evolutivo, partiendo claramente de un niño competente desde que nace. Garantizándole un entorno rico y estimulante que refuerce el interés de cada niño y a su vez con unos educadores que acompañen al niño respetando el desarrollo de cada uno de ellos.

El niño debe desarrollarse como persona y como miembro de la sociedad. Debemos respetarle como persona. Asegurándole una atención lo más individualizada posible que le permitan establecer unas relaciones personales estables, llenas de ternura, confianza y empatía que serán de una gran influencia para el niño para tomar conciencia de si mismo, favorecer su autonomía, asegurar su personalidad y adquirir las habilidades sociales necesarias para la convivencia.

Mi reflexión pretende valorizar la organización de las actividades, llamadas "rutinas" cotidianas (higiene , comidas, ...), porque considero que nuestras relaciones con los niños, en los momentos en que cuidamos de ellos, son muy importantes desde una perspectiva educadora.

Tenemos que repensar estas "rutinas", dándoles una mayor importancia en la distribución del tiempo pasado con los niños. Tenemos que reformular, preparar y "programar" más minuciosa y conscientemente este tipo de actividades, para que estas "atenciones" sean de calidad, para que tengan más "contenido" pedagógico. Hemos de impregnar estas "rutinas" de respeto y de empatía hacia los niños, para contribuir, también con ellas, a que los niños lleguen a ser más equilibrados emocionalmente y más autónomos.

La Dra. E. Pikler elaboró durante su trabajo en Lóczy, una especie de "coreografía" donde todos los aspectos de la relación y la comunicación con el niño quedaban detallados minuciosamente, consiguiendo unas relaciones envueltas de una calidad extrema.

La experiencia de Lóczy nos demuestra, nos descubre, la importancia de garantizar la calidad de estos momentos, de estas atenciones, de estas relaciones "rutinarias". Es también, y especialmente en estos momentos, cuando los niños aprenden a tomar conciencia de ellos mismos, y a percibir y comprender el mundo que les rodea.

Si les hemos tratado con respeto, atención y comprensión, los niños podrán relacionarse también de manera respetuosa, confiada, y comprensiva con sus compañeros y con la sociedad en general.

A menudo, en nuestra práctica diaria en las escuelas, no concedemos la importancia que merecen estos momentos, estas "rutinas cotidianas". Estas "rutinas" deberían servir para establecer una relación de complicidad con los niños. Los momentos de la comida o del cambio de pañales los vivimos de prisa, corriendo, con ansiedad, con nervios. Las realizamos lo más rápidamente posible, a menudo como si se tratara de un trabajo en cadena, sin casi darnos cuenta del niño del que nos hemos ocupado. Sin percibir, a veces, durante la comida, el porqué de la desgana, o de las reacciones negativas ante cambios en los alimentos.

No tenemos tiempo, no podemos parar, tenemos que acabar pronto, no podemos atenderles como sería conveniente. Consideramos estas actividades como rutinarias, repetitivas, pesadas, incómodas, y especialmente estresantes durante las comidas.

Normalmente somos capaces de programar unas actividades diarias para los niños de cada grupo: juegos con agua, harina, juego heurístico... Pero, en cambio, somos incapaces de pensar, de considerar, de organizar o de "programar" estos momentos, estas actividades, para aprovecharlas para establecer relaciones cálidas y afectuosas con los niños, para estimular su participación y cooperación, para conocerse mejor mutuamente.

Deberíamos intentar integrar la pedagogía en estas rutinas, en estas actividades cotidianas, darles la importancia que merecen y no limitarnos, no obsesionarnos en buscar u organizar momentos o juegos artificiales para estar con los niños. Deberíamos aprovecharlas para, también, comunicarnos con ellos, para transmitirles los valores de fondo que persigue nuestra pedagogía (comprensión, tolerancia, respeto, cooperación, etc.).

No aprovechar estos momentos para la relación y buscar otras ocasiones y actividades para este fin, nos crea un sentimiento de prisa, de no poder disfrutar durante los momentos que ya estamos juntos, ni tampoco aprovecharlos para iniciar al niño en la participación y cooperación durante el cambio y las comidas, de no tener en cuenta su evolución, no respetar sus ritmos, sus apetencias, sus gustos, en definitiva esto nos impide procurarle el respeto que se merece como persona. Nos preocuparemos de los objetivos finales, de que adquisiciones debe hacer, pero no del camino hecho, del proceso, el como va evolucionando cada niño en particular, según sus capacidades.

¿Porque no pensamos en dar más tiempo a cada niño o en la posibilidad de distribuirlo distintamente?

¿Porque las comidas se parecen más a una carrera de obstáculos que a un momento placentero de aprendizaje y relación?

¿Porque tanta prisa en proponerles comer en grupo tempranamente, sin tener en cuenta el ritmo de participación de cada niño?

¿Porque no aprovechar mejor el tiempo de acogida, como momentos individuales de comunicación con el niño y la familia?

Deberíamos dar más importancia a los momentos en que estamos con los niños, durante los cambios de pañales, comidas y convertir estos momentos de "rutinas cotidianas" en momentos clave para establecer una relación, momentos clave para la educación.

Porqué no los programamos, porqué no los repensamos organizándolos favoreciendo la autonomía del niño y aprovechándolos para crear unas relaciones sólidas y estables con los niños ?

Nuestra actitud, como educadores que acompañamos al niño en su crecimiento debe basarse en:

- Escuchar sus demandas, dando respuestas adecuadas que le aporten seguridad.

- Hablar, comunicarle lo que vamos hacer con él, utilizando palabras claras y concisas, descubriéndole a su vez lo que le estamos haciendo. Pidiéndole y no imponiéndole su participación, favoreciendo un diálogo de cooperación desde pequeño.

- Mirar, mirarle, mostrarnos atentos para señalarle que le estamos viendo, que lo tenemos en cuenta, que compartimos vivencias.

- Cogerle con manos tiernas y respetuosas, no con brusquedad, manipulándole, transportándole y tratándole como si fuera un objeto sin vida y no como a una persona.

El bienestar del niño, depende en gran medida de la manera como le toca y le coge el adulto. En darle tiempo, respetándole el que necesita para participar, responder y actuar. Su tiempo, el tiempo del niño que es distinto al tiempo de los adultos.

Que las atenciones que recibe el niño sean de buena calidad depende también de la actitud auténtica del adulto. De su sincero y profundo interés por el bienestar del niño. Es importante que el niño sienta que toda su persona es importante. Durante las comidas, lo esencial no es la cantidad de comida que le ofrecemos, que se lo coma todo, sino que el niño, coma con placer según su apetito, que descubra el placer de los buenos sabores y la satisfacción de la saciedad.

Reflexionemos sobre como organizamos en nuestra Escuela Infantil, con nuestro grupo de niños, las "rutinas" y como podemos darles otro contenido, llenándolas de respeto y atención hacia los niños.

Podremos constatar que cuando aprendemos a escuchar mejor a los niños, cuando les damos unas respuestas más adecuadas a los niños, cuando damos más valor a todo lo que hacemos con ellos, cuando aprovechamos más los momentos de relación individual, el ambiente se vuelve más tranquilo para todos.

Y especialmente para los propios niños, porque al recibir una atención más individualizada, el niño siente que es importante para el adulto, se siente respetado y valorado por alguien que acoge sus necesidades y le da respuestas adecuadas. Esto influye en el niño positivamente y no necesitará buscar otras maneras de llamar la atención del adulto, porque recibe disponibilidad y afecto de su entorno. Este niño que se siente respetado y atendido en sus necesidades, será un niño capaz de jugar más autónomamente y concentradamente.

Si reorganizamos el tiempo de la jornada, concediendo más importancia al tiempo de las "rutinas", el ambiente se volverá más amable, más tranquilo, más placentero, de intercambio y diálogo, donde el valor fundamental será el respeto por el niño. El respeto por este niño activo y competente.

Evitemos esta separación absurda, ficticia, entre rutinas y actividades pedagógicas, no forcemos e impongamos "programas", no consideremos como pesadas y duras obligaciones los cuidados higiénicos y las necesidades fisiológicas, no nos obsesionemos para realizarlas rápidamente, para tener más tiempo para educar ... todas las actividades, todos los momentos, todas las relaciones, todos los cuidados son, efectivamente, educativos.

En el día a día, nada es banal, nada es rutina sino que todo depende del valor que se dé a cada momento de la relación con el niño.

Vivamos las rutinas cotidianas con placer, concedámosles una mayor relevancia y llenemos su contenido de buena cualidad e intencionalidad educativa.